miércoles, 7 de mayo de 2008

A donde NO debemos llegar





“Los periodistas son quienes ofrecen diariamente noticias a través de los medios de comunicación a los ciudadanos comunes y corrientes. Su labor cotidiana debe estar enfocada a brindar información de calidad que interese a la mayoría, a la vez que contribuya con la formación de ciudadanos conscientes y, por ende, con la edificación de una sociedad mejor”.
Éstas, más o menos, solían ser las palabras que decían mis profesores de periodismo de la Universidad de Los Andes y mis compañeros y yo (apenas habiendo dejado la adolescencia) nos sentíamos grandes e importantes: ¡tremenda labor que cumplir!Cada vez que había que hacer una noticia, un reportaje, una crónica o una entrevista asumía uno el papel de “servidor de información” y se hacía varias interrogantes: ¿Qué enfoque debo darle a este texto para que me lean, me escuchen y me vean y para que, además, haga mi contribución diaria a la sociedad? Uf, me sentía superdotada cuando creía encontrar la respuesta y escribía no sólo con mi oxidada Olivetti de carro largo y duro, sino con el alma y la pasión drenada hacia el papel.
¿Qué sucedió con esa pasión en los estudiantes y en los periodistas jóvenes? ¿Dónde quedaron las ansias de justicia e imparcialidad que eran el norte, el sur, el este y el oeste de los periodistas? ¿Qué sucedió con el respeto al idioma, a su gramática y a sus reglas? Asistimos a la batalla campal entre uno y otro bando como si contempláramos una mala película de Hollywood, con la diferencia de que aquí no sabemos cuál es el malo y cuál es el bueno y los que pierden siempre son los lectores, los oyentes y los televidentes. Amén de los daños casi institucionalizados al idioma con adverbios, tiempos verbales, adjetivos y pronombres mal usados e innumerables errores ortográficos que hacen más baja y ruin esta guerra.
Los juicios sanos han sido sustituidos por voces lindas y vacías y tetas de silicón o, en su contrapartida, por amantes del socialismo que parecen vivir entre discos de acetato de los Beatles, zapatos de plataforma y la Twiggy desfilando minifaldas en la pasarela tras haberse tomado unas píldoras de LSD.
“Los medios son empresas y los pobres periodistas son parte de la maquinaria informativa de estas compañías que hacen de la noticia un show”, es la excusa más frecuente que se escucha cuando un sonoro “coño” se nos escapa luego de oír una barbaridad salida de la radio o la tv, o leída en el diario.
Es cierto, los medios son empresas y, lógicamente, siendo empresas tienen que comportarse como tales, tener políticas y metas y sobre todo fin de lucro, pero los periodistas debemos también tener un límite, marcado siempre por la ética, la responsabilidad y, sobretodo, por la dignidad. Podemos aceptar usar el feo uniforme o unas horas de llegada y salida incómodas o la regla “inconstitucional” de no fumar en las salas de redacción y hasta aguantarnos un salario muy por debajo de lo merecido, porque el mercado está muy saturado y “la cosa está difícil”, pero el suicidar o amordazar nuestras conciencias deben ser de las condiciones que nunca deberíamos aceptar.
Tenemos la vaga idea de que cuando cambie el rumbo político de país (para el lado que sea) las cosas volverán a ser como antes, pero las batallas periodísticas que han sido peleadas han dejado una profunda huella en la sociedad. Ya los periodistas no son sólo “los periodistas”, tristemente son voceros de la oposición o del chavismo. No son quienes se encuentran en la línea divisoria recordándoles a ambos bandos que los ciudadanos comunes y corrientes tienen derechos y que ambos bandos, en ocasiones, los vulneran.
Cabría preguntarse si el mal no está siendo acrecentado con la explosión y la moda de ser periodista. Las escuelas de comunicación se saturan de bachilleres que quieren aparecer en la tv o tener un programa de radio y, en muchísima menos medida, escribir para algún periódico. ¿Qué profesionales se están formando? Valdría la pena que alguien evaluara y reglamentara lo que sucede en las universidades privadas, pues en muchas de las que ofrecen la carrera de comunicación social, no se realizan concursos de oposición para los docentes y hay muy pocas exigencias académicas para quienes tienen la enorme responsabilidad de pararse frente a un cúmulo de jóvenes que, en su gran mayoría, no han comprendido muy bien qué carajo es ser comunicador social, para ellos tiene que ver con radio y tv o es la vía expedita a tener una suerte de Ají Picante en la primera televisora que les abra las puertas. ¿Pero qué exigencia pueden tener cuando la hora docente se paga entre los 4.000 y los 7.000 bolívares? ¿Qué profesional con maestría y doctorado y preparado para la docencia y la instrucción accederá a ser docente por un mísero sueldo?
Un panorama complejo el de ser periodista en Venezuela. Si no nos convertimos en la imagen del medio en el que trabajamos, podemos ser sustituidos por los muchos que vienen con escasa ética y ansias de “ser famosos”. La defensa del gremio ha sido dividida también entre bolivarianos y no bolivarianos como si no fuéramos el mismo gremio que hasta ayer nos echábamos palos los 27 de junio y hacíamos chistes de los políticos de todos los bandos y de todos los colores. Triste realidad y mientras se dan discursos verborréicos sobre lo que debe ser la ética periodísticas, los “servidores de la información” cobran sueldos míseros y nadie eleva su voz para que se hagan reivindicaciones salariales para ellos y se respete la dignidad de un ambiente laboral sano.
Este artículo debería concluir con una enseñanza o con una recomendación, pero honestamente, no se me ocurre ninguna, porque la ética, los valores y la dignidad son difíciles de enseñar, son más bien modelos que deben seguirse desde la infancia y la juventud y no se imparten como en un curso avanzado de gramática y de periodismo. Lo único que puedo decir es que mal pide credibilidad quien danza de un lado a otro según se muevan los vientos políticos y quien no muestra coherencia entre lo que dice o escribe y lo que hace. Sin embargo, bien se dice por ahí, siempre se puede contar con que la sociedad no tenga memoria y el show se robe el protagonismo.

Texto cortesía de Mónica Gallo Giancola.
Lic. Mónica Gallo GiancolaEs periodista egresada de la Universidad de Los Andes. Ha trabajado en radio y en diferentes medios impresos y posee años de experiencia en el campo institucional. Impulsada por su fe en la gente y en las nuevas generaciones, fue también profesora de periodismo en la Universidad Arturo Michelena.

1 comentario:

Ari dijo...

Excelente Articulo retrata la crisis de comunicacion que estamos viviendo... El virus aji picante los periodicos empresas y la etica bien gracias..

Saludos Gri